Se acostumbró a pelear en inferioridad hasta convertirse en un gigante de la defensa. Luis Galván hizo frente a delanteros potentes, veloces y de envergadura absolutamente superior a su 1,68 metro. La peleó siempre, sin medir consecuencias. Desde su Fernández natal, donde vio la luz y descubrió la adversidad al contraer Mal de Chagas siendo un niño, hasta entregarse al descanso eterno este lunes, doblegado por una infección renal que terminó por minar su cuerpo de luchador a los 77 años.
Había estado por Fernández el año pasado (2024), en noviembre, junto a su esposa, oportunidad en la que visitaron al intendente actual Dr. Víctor Araujo, con quien mantuvo una atrapante y amena charla, sobre su carrera futbolística y las vivencias en ese camino.
Su recuerdo y su impronta deportiva es fresca en su tierra natal, porque la visitaba regularmente y siempre su estadía era oportuna para brindar sus consejos al “semillero” aurinegro. Una forma de incentivarlos y de compartir su experiencia en el mundo del fútbol, habiendo sido parte de un pequeño club, de un pueblito escondido en el interior del país, y aún así su sueño pudo más y llegó a lo más alto, convirtiéndose en campeón del mundo junto a Maradona y otras figuras del seleccionado nacional que conquistó la gloria.
Consagrado como campeón mundial en 1978, tal vez haya jugado el mejor partido de su inmensa trayectoria aquel 25 de junio de 1978, cuando tuvo un rendimiento lindante con la perfección en la final contra Holanda. Esa tarde, entre delanteros que lo sobrepasaban en altura, ganó todos los cruces y saltos excepto uno: el que no pudo anticiparle a la cabeza de Dick Nanninga (21 centímetros más alto que él), que significó el transitorio empate holandés.
En ese juego decisivo, los dos goles de Mario Kempes le “robaron” la exclusividad de “figura de la cancha”, aunque todos los medios más importantes de la época (El Gráfico, Goles y Clarín) lo calificaron con la máxima nota (10) al igual que “el Matador”.
Galván fue, sin dudas, uno de los mejores marcadores centrales de todos los tiempos y en ese equipo conducido por César Menotti hizo dupla con otro fenómeno de la retaguardia, Daniel Passarella, quien muchas veces lo dejó en soledad con sus proyecciones ofensivas. Los mejores años de su carrera los transitó en un Talleres de leyenda, rechazando las permanentes ofertas de transferencias que le llegaron desde Buenos Aires. Acaso ello, en un país centralista, conspiró para que su figura no haya cobrado aún mayor consideración.
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