La fecha conmemora la multitudinaria movilización a Plaza de Mayo de los sindicatos y obreros para exigir la libertad del coronel Juan Domingo Perón, a días de haber sido detenido.

 

El Día de la Lealtad, celebrado cada 17 de octubre, es la principal fecha conmemorativa del movimiento peronista en Argentina. La jornada rememora la masiva movilización obrera y sindical en la Plaza de Mayo en 1945, que demandó y consiguió la liberación del entonces coronel Juan Domingo Perón, que había sido detenido días antes en la Isla Martín García.

El evento es considerado el nacimiento del peronismo y un momento bisagra en la historia del movimiento obrero argentino, ya que marcó la aparición de la clase trabajadora como un actor con una fortaleza inédita en comparación a décadas pasadas. Actualmente, es una fecha identitaria para todos los militantes y activistas que adhieren al justicialismo.

Ese 17 de octubre, miles de trabajadores se congregaron en la Plaza de Mayo para exigir la liberación de Perón, quien a las 23.10 salió al balcón de la Casa de Gobierno y dirigió un discurso que quedaría en la memoria colectiva.

“Esto es pueblo. Esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre, que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la patria. Es el mismo pueblo que en esta plaza pidió frente al Congreso que se respetara su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo, que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda estremecer este pueblo grandioso en sentimiento y en número”, dijo Perón al hablar ante la multitud.

La movilización obrera había surgido en respuesta del general Eduardo Ávalos, jefe de la guarnición de Campo de Mayo, cuando el 8 de octubre pasado pidió al presidente de facto Edelmiro Farrell que destituyese a Perón de los cargos como vicepresidente de la Nación, secretario de Trabajo y Previsión y ministro de Guerra. El resto de la junta militar tercia a favor de la solicitud.

El rol del coronel Perón desplegó desde la secretaría de Trabajo y Previsión una política social de mejora de salarios y condiciones laborales que empoderó a los sindicatos, lo que generó resistencias de parte de sectores empresarios y conservadores. En paralelo, la oposición reclamaba el traspaso del gobierno de Farrell a la Corte Suprema. En ese marco, la oposición al hombre principal de la denominada “Revolución de Junio” fue ganando fuerza hasta su efectivo desplazamiento como parte de las concesiones.

En los meses previos a la destitución, según reconstruye el historiador Juan Carlos Torre, los sindicatos tuvieron una postura ambivalente “sin atinar a enfrentar” la ofensiva, y estaban dispuestos a aceptar el revés con resignación. Sin embargo, se fue gestando un movimiento de cuadros gremiales intermedios que se reunieron, sin la presencia de la “vieja guardia sindical”, para pedirle a Perón que haga una despedida a las masas obreras para el 10 de octubre.

En aquella reunión asistieron Luis Gay, telefónico de la USA; Alcides Montiel, cervecero y predecesor de Pontieri en la secretaría de la CGT; Ramón W. Tejada, ferroviario de San Juan e integrante del Comité Central Confederal de la CGT, y Juan Pérez, de los ladrilleros, sindicato autónomo. Para Torre, los preparativos se organizaron “sin sospechar ni uno ni otros que con ello ponían en movimiento el motor de una reacción popular que en pocos días habría de revertir la dirección del proceso político”. A poco de finalizar esa entrevista, unas 70 mil personas se habían reunido frente a las oficinas de la Secretaría de Trabajo con las consignas “Perón Presidente” y “Un millón de votos”.

El 10 de octubre fue un acto oficial desde el balcón de la Secretaría de Trabajo en la esquina de las calles Perú y Alsina, con un discurso emitido por cadena nacional que tuvo una fuerte repercusión. Perón había tenido la autorización de quienes lo habían echado, y aún controlaba varios resortes del Estado, hasta el 13 de octubre, cuando fue encarcelado en Martín García.

Los obreros movilizados se dirigen a Plaza de Mayo para exigir la libertad de Perón
Los obreros movilizados se dirigen a Plaza de Mayo para exigir la libertad de Perón

Desde la prensa, las fuerzas de la oposición celebraron la medida y deslizaron el nuevo panorama que se abría para las empresas. La dirigencia obrera interpretó que la “restauración” y reversión de los derechos conseguidos había empezado, si bien persistían las diferencias internas. “Los patrones han empezado a hacer una ostentación abusiva de su poder proclamando a todos los vientos que la obra de justicia social iniciada desde la Secretaría de Trabajo sería arrasada por la nueva situación”, denunció la CGT.

Los sucesos que se desencadenaron a partir del 14 de octubre, con reuniones clandestinas, preparativos organizativos y discusiones sobre el qué hacer, estuvieron acompañadas de un intensa campaña de agitación en las filas sindicales. Un sector paralelo a la conducción reclamaba la huelga general por Perón, pero había discrepancias con esta postura. Esa presión finalmente se impuso por mayoría ante la CGT y se definió el paro para el 18 de octubre.

Los preparativos de la acción de fuerza confluyó con múltiples comités de huelga y organizaciones barriales de la extensa red sindical que contaba la central obrera. El lanzamiento de la huelga catalizó una movilización repentina a la Plaza de Mayo, para exigir la libertad de Perón, un día antes de lo estipulado. El clima previo ya era de efervescencia.

Aquel 17 de octubre, la multitud fervorosa solo podía ser desalojada por la fuerza y con un baño de sangre. Con ese apoyo, las negociaciones entre el Comité de Huelga, Perón y los mandatos militares finalizaron con la renuncia de Ávalos y Vernengo Lima como Ministro de Marina, un enemigo suyo en la interna militar.

A las 11 de las 11 de la noche de ese día, aclamado por la muchedumbre, Perón llegaría triunfador a los balcones de la Casa Rosada para pronunciar unas palabras.

El discurso de Juan Domingo Perón del 17 de octubre de 1945
A continuación, reproducimos el discurso de Juan Domingo Perón del 17 de octubre de 1945:

“¡Trabajadores!

Hace casi dos años, desde estos mismos balcones, dije que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un patriota y la de ser el primer trabajador argentino. Hoy, a la tarde, el Poder Ejecutivo ha firmado mi solicitud de retiro del servicio activo del ejército. Con ello he renunciado voluntariamente, al más insigne honor a que puede aspirar un soldado: llevar las palmas y laureles de general de la nación. Ello lo he hecho porque quiero seguir siendo el Coronel Perón, y ponerme con este nombre al servicio integral del auténtico pueblo argentino.

Dejo el honroso uniforme que me entregó la patria, para vestir la casaca del civil y mezclarme con esa masa sufriente y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza de la patria. Por eso doy mi abrazo final a esa institución que es un puntal de la patria: el ejército. Y doy también el primer abrazo a esta masa, grandiosa, que representa la síntesis de un sentimiento que había muerto en la República: la verdadera civilidad del pueblo argentino. Esto es pueblo. Esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre, que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la patria. Es el mismo pueblo que en esta plaza pidió frente al Congreso que se respetara su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo, que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda estremecer este pueblo grandioso en sentimiento y en número.

Esta verdadera fiesta de la democracia, representada por un pueblo que marcha ahora también para pedir a sus funcionarios que cumplan con su deber para llegar al derecho del verdadero pueblo. Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción; pero desde hoy sentiré un verdadero orgullo de argentino porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la patria.

Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo a quien yo sacrificara mis horas de día y de noche, habría de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda. Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclarme en esta masa sudorosa, estrecharla profundamente con mi corazón, como lo podría hacer con mi madre. (se refirió luego a la unión general y agregó) Que sea esa unidad indestructible e infinita, para que nuestro pueblo no solamente posea esa unidad, sino que también sepa dignamente defenderla. (Como se alzaran voces de la multitud, preguntándole dónde estuvo, añadió) Preguntan ustedes dónde estuve. Estuve realizando un sacrificio que lo haría mil veces por ustedes. No quiero terminar sin lanzar mi recuerdo cariñoso y fraternal a nuestros hermanos del interior que se mueven y palpitan al unísono con nuestros corazones desde todas las extensiones de la patria.

Una multitud obrera se acerca a Plaza de Mayo
Una multitud obrera se acerca a Plaza de Mayo

Y ahora llega la hora, como siempre, para vuestro secretario de trabajo y previsión que fue y que seguirá luchando al lado vuestro por ver coronada esa era que es la ambición de mi vida que todos los trabajadores sean un poquito más felices.

Ante tanta nueva insistencia les pido que no me pregunten ni me recuerden lo que hoy yo ya he olvidado. Porque los hombres que no son capaces de olvidar no merecen ser queridos y respetados por sus semejantes. Y yo aspiro a ser querido por ustedes y no quiero empañar este acto con ningún mal recuerdo. Dije que había llegado la hora del consejo, y recuerden, trabajadores, únanse y sean más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse nuestra hermosa patria, en la unidad de todos los argentinos. Iremos diariamente incorporando a esta hermosa masa en movimiento cada uno de los tristes o descontentos, para que, mezclados a nosotros, tengan el mismo aspecto de masa hermosa y patriota que son ustedes.

Pido también a todos los trabajadores amigos que reciban con cariño este mi inmenso agradecimiento por las preocupaciones que todos han tenido por este humilde hombre que hoy les habla. Por eso hace poco les dije que los abrazaba como abrazaba a mi madre, porque ustedes han tenido los mismos dolores y los mismos pensamientos que mi pobre vieja había sentido en estos días. Esperemos que los días que vengan sean de paz y construcción para la nación. Sé que se habían anunciado movimientos obreros, ya ahora, en este momento, no existe ninguna causa para ello. Por eso, les pido como un hermano mayor que retornen tranquilos a su trabajo, y piensen. Hoy les pido que retornen tranquilos a sus casas, y por esta única vez ya que no se los pude decir como secretario de Trabajo y Previsión, les pido que realicen el día de paro festejando la gloria de esta reunión de hombres que vienen del trabajo, que son la esperanza más cara de la patria.

Y he dejado deliberadamente para lo último el recomendarles que antes de abandonar esta magnífica asamblea lo hagan con mucho cuidado. Recuerden que entre todos hay numerosas mujeres obreras, que han de ser protegidas aquí y en la vida por los mismos obreros.

Pido a todos que nos quedemos por lo menos quince minutos más reunidos, porque quiero estar desde este sitio contemplando este espectáculo que me saca de la tristeza que he vivido en estos días”.









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