Con la voz recién cambiada y aun sin barba ni piernas desarrolladas, los menores andan al tranco del peligro. Sin tomar la dimensión del riesgo que corren de perder su propia vida y peor aún, la de inocentes.
Una postal que se repite en todas partes, menores a bordo de motos, con total desprecio por la vida y quizás sin tener conocimiento de que existe una ley nacional de tránsito.
A gran velocidad, sin elementos protectores, ni hablar del respeto por los semáforos. Como una anarquía vial en donde el reto es repetir las acrobacias mortales de Tik Tok.
Una campaña para concientizar a los padres: “Hablemos de las motos, hablemos de los hijos: cuanto vale su vida?”
Ellos no saben del peligro, ocupan toda la calle. Sus ruidosos escapes son la bandera de la contaminación sonora. Aparecen de la nada, como teletransportados, sin luces, sorprenden, asustan y te ponen la piel de gallina de pensar lo que puede pasar si tan solo se les revienta una rueda.
Jugar con la muerte. Sin saber, ni pensar en los que esperan en casa. Como una pandemia, que enluta comunidades con frecuencia y cada tanto ponen a prueba las velocidades de las ambulancias.
Son eslabones de cadenas de oración y aún así seguimos dándole el arma mortal para esta ruleta rusa que parece ser que se está naturalizando.
Comentá esta nota: