Hace exactamente 12 años comenzaba una gran revolución en la Iglesia Católica. Un hombre llegado desde un país “en el fin del Mundo” era elegido como Papa. Era el primer sacerdote no europeo en llegar a la cúspide de esa religión con más de 1.200 millones de fieles en todo el planeta. El argentino Jorge Bergoglio, por entonces Arzobispo de Buenos Aires y con 75 años, era ungido como Sumo Pontífice y elegía ser llamado Francisco I (en honor a San Francisco de Asís).

Al celebrarse los 12 años del papa en el vaticano, el gobernador de Santiago del Estero, Dr. Gerardo Zamora,  expresó sus deseos de una pronta recuperación para con el máximo pontífice de la Iglesia Católica: “Elevamos desde esta tierra santiagueña nuestra oración”.

“Hoy se cumplen 12 años del pontificado del Papa Francisco I. El entonces Cardenal Argentino Jorge Mario Bergoglio, se convertía aquel 13 de Marzo de 2013, en el Papa n° 266 de la Iglesia Católica, primer latinoamericano en ocupar ese lugar, y una bendición para los argentinos.
En este aniversario, que se festeja en un momento delicado de su salud, elevamos desde esta tierra santiagueña nuestra oración, rogando por su pronta recuperación.”, escribió el gobernador.

El Sumo Pontífice cumple su nuevo aniversario de Papado internado desde hace un mes, con una leve mejoría en su estado de salud. Cómo es el legado que ha creado en el seno del catolicismo y las pujas que enfrentó. Los países que visitó y por qué no volvió a su tierra.

El argentino Jorge Bergoglio, por entonces Arzobispo de Buenos Aires y con 75 años, era ungido como Sumo Pontífice y elegía ser llamado Francisco I (en honor a San Francisco de Asís). Sucedería al renunciado Benedicto XVI, el alemán Josep Ratzinger. El flamante Papa habló ante la sorprendida multitud y señaló que venía a construir una Iglesia con pastores con “olor a oveja”, es decir, mucho más cerca de los fieles y de los sufrientes. Y prometió también darle un valor central a “las periferias” marginadas (tanto a nivel de países como de sectores sociales) y la fiel demostración de eso fue que su primer viaje -pocas horas después de asumir- lo hizo a Lampedusa, el puerto de la isla del sur de Italia que es la puerta de entrada de miles y miles de refugiados que llegan desesperados desde África y Asia. La “revolución Francisco” ya estaba en marcha. Y los cambios que este hombre le impuso a la Iglesia Católica quedarán para siempre. Aun cuando en este duodécimo aniversario lo agarre internado en el hospital Gemelli de Roma desde hace más de un mes con un cuadro de neumonía bilateral que lo puso al borde de la muerte pero del que parece estar mejorando poco a poco.

En estos 12 años de Pontificado, Francisco realizó 47 viajes apostólicos y visitó 66 países. Pero nunca regresó a su Argentina natal. Quienes lo conocen de verdad señalan que eso no es por algún tipo de enojo del Sumo Pontífice sino simplemente que no quiso ser utilizado políticamente por ningún sector. De hecho, su nombre fue muchas veces tironeado por unos y otros. Cuando el Cónclave de Cardenales lo eligió Papa aquel 13 de marzo de 2013, la primera reacción -el mismo día- de la entonces presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner fue crítica y tuvo palabras muy duras contra él en un acto en Tecnópolis. Venían de muchos años de choques entre el kirchnerismo y el entonces Arzobispo de Buenos Aires. Pero a los pocos días hubo un cambio de actitud y la primera mandataria de un país en ser recibida cuando Francisco ya era Sumo Pontífice, fue justamente la presidenta argentina. Desde allí tuvieron una reacción fluida, respetuosa y hasta afectiva. A tal punto que los sectores de derecha que antes defendían a Bergoglio en los años de sus pujar frente al kirchnerismo, comenzaron a atacarlo y hasta lo tildaron de ser un “Papa peronista”, por su prédica en favor de los desposeídos y las cuestiones sociales. Y esos cuestionamientos persisten a tal punto que el actual presidente Javier Milei llegó a calificarlo como “un representante del Diablo en la Tierra”, algo de lo que después se tuvo que desdecir e incluso cuando se enfrentó al Papa cara a cara, sólo le rindió pleitesía. Pero es una triste realidad: así como el Papa Francisco es reivindicado y admirado en todo el Mundo donde prácticamente no tiene ateos, en su propia nación se lo cuestiona o se lo ningunea. Pareciera que al final es cierto el refrán: “nadie es profeta en su tierra”. Ahí se encuentra la principal razón por la que Bergoglio jamás regresó a Argentina pese al amor que le tiene a su país y a que vive permanentemente informado de lo que allí ocurre. Las pujas, las divisiones y las grietas internas parecen ser el motivo central de esa ausencia.

Aquel 13 de marzo de 2013, a las 19:05, se escuchó desde la Basílica de San Pedro del Vaticano el esperado “Habemus Papam”, después de la “fumata blanca” que preanunciaba que el Cónclave de Cardenales ya había elegido al nuevo Sumo Pontífice.. Era el segundo día del votación y finalmente se había llegado a una mayoría definitoria. Tres días antes, el 10 de marzo, y como cada domingo, el entonces cardenal Bergoglio celebró misa en la capilla del clero Pablo VI de Roma, donde estaba residiendo. Según su autobiografía, Bergoglio dijo que estaba tranquilo ya su nombre no figuraba en la lista de candidatos que la prensa barajaba como reemplazo del abdicado Benedicto XVI. Sin embargo, quienes conocen de las intrigas vaticanas aseguran que era uno de los más “papable”, tanto por su popularidad como también porque en el Cónclave anterior había quedado segundo en la votación de los cardenales, sólo superado por el alemán Ratzinger. En las reuniones preparatorias del Cónclave de aquel 2013, el argentino dio un “breve, improvisado y de cuatro o cinco minutos”, pero que pudo haber sido determinante en la suerte de los apoyos recibidos.

El 12 de marzo de aquel 2013 se dio la primera votación de los cardenales -sólo votan los menores de 80 años y está prohibido el uso de celulares o cualquier tecnología- en la Capilla Sixtina. Pero ninguno de los potenciales aspirantes logró los dos tercios de los votos requeridos. Allí apareció el nombre de Bergoglio. Finalmente, al día siguiente, hubo otras cuatro votaciones y en la última se llegó al consenso necesario. En el medio de la primera y la segunda elección de aquel 13 de marzo hubo un almuerzo definitorio entre los 115 conclavistas, donde el argentino se dio cuenta de la posibilidad de ser el elegido. Muchos de sus compañeros le preguntaban cosas ansiosos por conocer sus respuestas, casi como un examen. Y en algún caso hasta hubo alguna “trampa” para dejarlo fuera de carrera. Pero su suerte estaba echada: en la quinta votación 77 votos sobre 115 le dieron su aval a ese cardenal llegado del “fin del Mundo” para que encabece la Iglesia Católica. Fue el día en que comenzó oficialmente la “Revolución Francisco”.

Antes del salir al balcón de San Pedro para saludar a la multitud que esperaba ansioso conocer al nuevo Papa, Bergoglio tuvo una serie de gestos que mostrarían otra cara de su papado: la austeridad y la humildad. Rechazó el anillo, la cruz de oro y el atuendo tradicional (la muceta de terciopelo, pantalones y el roquete de lino) y se quedó con los que había llevado siempre. ¿Por qué lo hizo? Lo explicó así: “No hubo nada preparado. Era sencillamente lo que sentía, con espontaneidad”. También se negó a que sus compañeros se arrodillen ante él sentado en un trono: “Es medieval que alguien se arrodille delante de ti y te bese la mano”, sostuvo. Por eso, se quedó de pie y abrazó y saludo a cada uno de los presentes. Luego le pidió al vicario de Roma, el cardenal Agostino Vallini, y a su amigo el brasileño Claudio Hummes que lo acompañen al balcón ya que desconocía el protocolo. Y allí se presentó ante los ojos del Mundo. “Estaba en paz. Sereno. Un sentimiento que nunca me ha vuelto a dejar”, recordó en su biografía.

En nuevo Obispo de Roma se convertía en el Papa número 266 de la Iglesia Católica. Y era el primer no europeo en llegar a ser jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano. Dentro de su política de austeridad, rechazó moverse en la limusina, pidió ser trasladado en un auto normal y en la noche del 13 de marzo se negó a instalarse en el Palacio Papal y se quedó en la habitación de invitados (201) de la Casa Santa Marta, una residencia mucho más humilde en la que comparte su cotidianeidad con el resto de los sacerdotes. Desde allí hizo dos llamadas: la primera a Benedicto XVI y la segunda a su hermana menor, María Elena, la única que sigue viva de sus cuatro hermanos. “En Santa Marta me encuentro bien, porque estoy con la gente. Y si hay pequeñas incomodidades, son superables”, contó.

Durante los 12 años de Papado, Francisco promulgó 3 encíclicas (documentos que se establecen en una suerte de doctrina para la Iglesia): “Lumen fidei” (“La luz de la fe”), en 2013, que gira en torno justamente a la fe; “Laudato Si” (“Alabado seas”) que apunta a la conservación del medio ambiente y el desarrollo sostenible; y “Fratelli tutti” (“Hermanos todos”) que se centra en la fraternidad, la igualdad y los puentes sociales. Desde el punto de vista eclesiástico esas encíclicas (junto a otros documentos) pueden ser entendidas como parte del legado que dejará el Papa argentino en su Historia. Sin embargo, la cosa va mucho más allá. El Papa argentino vino a revolucionar la Iglesia Católica, con su ejemplo, su prédica y su acción.









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