Lo que comenzó como una filtración de audios amenaza con escalar a una crisis política de gran magnitud, y la incertidumbre se extiende como una sombra sobre el oficialismo.
Viernes por la noche en la Casa Rosada. Las luces siguen encendidas y algunos de los funcionarios más cercanos a Javier Milei se mantienen reunidos en un clima de alta tensión. Lo que comenzó como una filtración de audios amenaza con escalar a una crisis política de gran magnitud, y la incertidumbre se extiende como una sombra sobre el oficialismo.
El escándalo se desató tras la divulgación de grabaciones que involucran a Diego Spagnuolo, ex titular de la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), quien lanzó acusaciones de corrupción que alcanzan a figuras del círculo íntimo de Karina Milei, especialmente a Eduardo “Lule” Menem. Aunque los audios no comprometen directamente a la secretaria general de la Presidencia, el tema generó una ola de especulaciones que descolocó al Gobierno.
Los rumores sobre nuevos audios —e incluso videos— hacen crecer la paranoia en el Ejecutivo. Algunos ministros sospechan que podrían estar siendo grabados, y crece el temor a una traición interna. Las tensiones entre funcionarios se acentúan, y la desconfianza se vuelve moneda corriente.
El escándalo se centró en Spagnuolo, quien sostiene que existía un sistema de retornos del 8% vinculado a la droguería Suizo Argentina y a la compra de medicamentos para personas con discapacidad. La empresa, sin embargo, se negó a entregar sus correos electrónicos durante un extenso allanamiento, mientras la Justicia investiga sus vínculos con miembros de la familia Menem y posibles maniobras para encubrir pruebas, incluyendo obstáculos puestos por personal de seguridad en Nordelta.
Intentando frenar la escalada, Milei responsabilizó a Spagnuolo y anunció que lo llevará a la Justicia. Pero sus asesores intentan evitar que el Presidente vuelva a referirse públicamente al caso. Mientras tanto, se mantiene el respaldo cerrado hacia su hermana Karina y hacia Lule Menem, quien solo sería removido si aparecen pruebas contundentes en su contra. “No usamos fusibles, tiramos por la ventana a los corruptos”, deslizó una fuente cercana al mandatario.
La primera reacción del Gobierno fue errática: intentaron vincular a Spagnuolo con Victoria Villarruel, pero los registros de visitas en Olivos —donde Spagnuolo aparece más veces que Karina— desarmaron esa estrategia. Incluso Guillermo Francos tuvo que disculparse por señalar erróneamente a la vicepresidenta como su nexo con el oficialismo.
La incertidumbre se profundiza con teorías cruzadas: algunos acusan a la diputada Marcela Pagano y a su pareja de haber grabado a Spagnuolo; otros mencionan abogados, ex funcionarios kirchneristas, e incluso una mujer anónima que podría haber vendido los audios. “Era tan bocón que cualquiera pudo haberlo grabado”, sintetiza un allegado.
Spagnuolo, por su parte, rechazó el apoyo legal del Gobierno y contrató abogados propios. Se encuentra en una situación ambigua: afirma que podría colaborar con el oficialismo, pero también sugiere que, si hablara todo lo que sabe, “se cae todo”.
Mientras tanto, el Presidente fue advertido por su consultor político Juan Mayol sobre una caída en su imagen, que algunos sondeos cifran entre cinco y diez puntos. A diferencia de otras polémicas, este escándalo logró instalarse en la agenda pública, incluso entre quienes no siguen de cerca la política.
La sensación de descontrol es evidente. Las áreas de gestión, excepto el frente económico —donde Luis Caputo y Santiago Bausili pelean contra la suba del dólar y del riesgo país—, parecen estancadas. En paralelo, el enojo entre influencers libertarios comienza a crecer: “Ni loco pongo la cara por los Menem”, dijo uno de ellos a Clarín.
Con varios ministros bajo la lupa y la posibilidad de cambios obligados en el Gabinete (entre ellos Adorni, Bullrich y Petri), crece la idea de un reordenamiento más amplio del poder dentro del Ejecutivo.
Hoy, lo que predomina es la desconfianza interna. Las acusaciones cruzadas de “operetas” y espionaje entre funcionarios muestran una fractura creciente. En un contexto donde hasta la propuesta de rastrear micrófonos en despachos despierta sospechas, muchos concluyen que solo Milei podría frenar esta sangría política. Pero incluso eso, a esta altura, parece incierto, detalla el portal de Clarín.
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